sábado, 19 de noviembre de 2011

SEGUNDO FINAL


Aunque en la última página de mi novela "La espiral de los sueños" aparece la palabra "final",  el libro no termina en ese punto. Tiene un segundo desenlace, un epílogo, una pequeña continuación.
Esta breve escena no es decorativa, sino que da la clave para la correcta interpretación del libro. Se trata - según creo yo- de la "piedra angular".
No ha sido posible incluirla en la primera edición, pero la editorial ya me ha confirmado que se incluirá en la segunda, que espero sea pronto.
Mientras tanto, quiero compartirla con los lectores en mi blog. Aquí os dejo el epílogo inédito:


EPÍLOGO

            Una semana más tarde, después de realizarse varios estudios forenses de los restos óseos, el soldado republicano fue enterrado en el cementerio del  Los Molinos, al fondo de un largo llano de la Sierra, muy cerca de los búnkeres de la Guerra civil donde combatió.

La pequeña lápida de mármol, del tamaño de un tablero de ajedrez,  estaba orientada al Norte, frente a los tres picos que conforman la agreste cumbre de La Peñota.

 La nieve acumulada en sus laderas brillaba igual que un gigantesco diamante.  En su cima, una roca con rostro humano parecía custodiar la tumba como un antiguo guardia de honor. Unos días antes, muy cerca de allí, os dos muchachos habían arrojado la pistola por un profundo barranco.

A la ceremonia del entierro, celebrada en la intimidad, asistieron muy pocas personas. Por supuesto, los dos chicos, Manuel y Gonzalo,  acompañados de sus padres y de la tía Águeda, que no se lo quiso perder cuando se enteró de la noticia.
En primera fila, sentada en su silla de ruedas, se encontraba Lucía Marzal. Su melena blanca era agitada  por el viento y sus ojos claros parecían dos luces acuosas. Detrás de ella, de pie y en silencio, estaban su sobrina Ángela y, sobre todo, Laura,  la inolvidable chica de los ojos verdes.

La anciana llevaba puesta al cuello la joya más preciada de su familia, La Espiral de los sueños.  Estaba recién pulida, radiante,  más deslumbrante que nunca.  De vez en cuando, mientras  los operarios introducían el ataúd en el nicho, la mujer acarició el colgante con delicadeza.

Pero en ningún momento lloró, ni se le humedecieron los ojos, ni mostró ningún síntoma de debilidad. Estaba preparada para el último viaje. El Destino podía llamar a su puerta cuando quisiera.

Piter, el soldado republicano que siempre había amado, la estaba esperando. 









2 comentarios:

  1. Un error por parte de la editorial, el no incluir el epílogo, que es además muy poético; gracias por compartirlo aquí, ¡y que pronto deje de ser "inédito"!¡ Un saludo, Miguel L.! S.

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  2. Gracias, Susana.
    Seguro que pronto lo incluyen.
    Un saludo

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