Desde el sofá de mi casa, intento imaginarme a los futuros usuarios de los libros electrónicos. La mitad aproximandamente serán buenos lectores, amantes de la literatura, que probarán suerte en este nuevo formato. Pero la otra mitad, me temo, serán fanáticos de la tecnología, ávidos de poseer el último capricho digital. Estarán más pendientes del continente que del contenido. No les importará el libro, sino el canal que lo difunde.
Una vez acabada la borrachera de las compras, mucho se preguntarán para qué quieren ese nuevo trasto informático. Se cansarán del nuevo juguete y lo dejarán aparcado.
¿No sería más fácil descargarse el libro directamente en el ordenador portátil que ya poseo? ¿Por qué las editoriales no lo hacen?
La respuesta es fácil. Sería su suicidio, su muerte definitiva. Si se puede leer un libro gratis, y más si es pirata, para qué quiero comprarlo en la librería o en el hipermercado.
Mientras tanto, sigo escribiendo mi próxima novela. Lo único que sé es que cada vez será más difícil colocarla, que las empresas editoriales irán a lo seguro y no querrán correr ningún riesgo.
También puedo ofrecer la novela gratis en este blog, por ejemplo. Pero la verdad es que nadie la leería con detenimiento, salvo mis cuatro o cinco sufridos lectores.
No parecería un libro profesional. Sólo un borrador. La obra de un aficionado.