Una obra literaria, como cualquier tapiz colgado en las paredes de un museo, puede mirarse de dos maneras distintas: por el lado de la trama de hilos o del dibujo que forman. A la mayoría de los visitantes/ lectores, por supuesto, sólo les interesará el lado visible, el del dibujo donde resplandece la belleza. Sin embargo, al artista/escritor le interesará mucho más el envés, el lado que no se ve expuesto y a la vez sostiene los hilos que conforman la obra.
Los nudos del tapiz no son sólo técnicas o artificios heredados de una tradición, sino que están hechos también con el sudor y la sangre del artista. Por ejemplo, en la poesía de Miguel Hernánzdez los nudos del tapiz son tan gruesos y visibles, que llegan incluso a borrar el dibujo que crean. Góngora podía componer los más bellos dibujos amorosos del Barroco, pero nos dejan fríos...¿por qué?
El misterio de la obra literaria radica más en el envés, en el trenzado de esos nudos, que en la forma del dibujo. Nudos que abren heridas y cortes en los dedos, que no deben realizarse de una manera mercantil o mecánica, sino como un artesano que cuida con esmero cada hilo que anuda entre sus manos.
MUy bella la metáfora de los nudos. Completamente de acuerdo. Y si el lector no es capaz completamente de deshacer el nudo, mejor, así siempre conservará intacto el deseo de desatarlo.
ResponderEliminarA las ocho treinta, no faltes.
La metáfora de los nudos no es mía, sino que la leí en un libro de Ángel Moreno y luego la desarrollé libremente.
ResponderEliminarPor tanto, la idea está robada, pero es muy bella y aclaratoria sobre la literatura y el arte en general.
A las ocho trienta nos vemos, no queda más remedio que volver a empezar.