Hace ya casi un mes, os comenté que estaba acabando mi última novela. Estaba ambientada en la costa gallega y tenía el mar del contrabando como fondo.
Durante estos días, he estado revisando el libro. Ya he recibido los primeros comentarios y críticas de amigos, por lo que sigo trabajando en ella, intentando mejorarla.
Cada opinión, te lleva a replantearte muchos aspectos de la novela.Eso es bueno y doloroso a la vez.
Hay cosas que se pueden cambiar,por supuesto; pero otras inevitablemente, no.
Os dejo el primer capítulo. A ver qué os parece:
1
Desde lo más alto de la duna, Marco vio unas luces extrañas que brillaban en el mar.
Eran unas luminarias blancas y misteriosas, que daban vueltas en círculo, cerca de la Peñota, la isla situada a la entrada de la ría. De forma caprichosa, se apagaban y se encendían debajo del agua, creando una atmósfera sobrecogedora.
Para observarlas de cerca, el muchacho bajó la pendiente de la duna, hundiendo las piernas hasta la rodilla en la arena. Luego atravesó a la carrera la playa y se dirigió deprisa hacia el mar. Cuando llegó a la orilla, las luces resplandecían con más viveza. A pesar de estar amaneciendo y que llovía, su fulgor era intenso y enigmático.
¿Qué sería aquello?... Nunca había visto nada parecido.
La visión duró solo unos minutos. Luego las luces se fueron debilitando, mientras se sumergían lentamente en el fondo. Parecía que un barco fantasma, quizás procedente de un naufragio, surcaba las profundidades del mar.
De súbito, las luminarias desaparecieron por completo. Nada brillaba ya en la superficie. Una sombra gris cruzó la playa y todo volvió a ser corriente, sin magia, demasiado vulgar.
Justo en ese momento, se escuchó el sonido de un motor que rugía a lo lejos. Un barco pesquero, seguido de una nube de gaviotas, estaba entrando en las frías aguas de la bahía.
Marco se frotó los ojos con los puños, intentando recuperar la visión de las luces maravillosas, pero fue incapaz de recuperarlas. Sintió una profunda desilusión. Aquellas luminarias mágicas, que le habían sobrecogido tanto, parecían malogradas para siempre.
El barco pesquero se detuvo en mitad de la ensenada, esperando quizás alguna orden procedente de la costa. Era una embarcación modesta, muy cargada a proa y a popa, con bultos cubiertos por redes y otros aparejos de pesca. Mecido por las olas, parecía una gigantesca ballena varada en el mar.
Desde la punta del faro, alguien hizo señales de Morse con una linterna. A pesar de que estaba lloviznando, los fogonazos cruzaron la bahía de punta a punta igual que rápidos disparos. Al poco rato, desde la embarcación, respondieron con otra señal luminosa.
Desde la playa, Marco observaba absorto la escena, intentando descifrar todo lo que presenciaba como un detective.
En la cubierta del barco, varios hombres comenzaron a trabajar duro, retirando el camuflaje y arrastrando cajas de cartón de un lado para otro. Otros, en cambio, empezaron a descolgar un bulto bastante grande y pesado por la popa.
¿Quiénes serían? ¿Por qué no se esperaban para descargar en el puerto como el resto de los barcos?
Empujado por la curiosidad, el muchacho se subió a unas rocas que descollaban unos metros sobre las aguas. Quería contemplar mejor lo que ocurría en el mar, camuflado entre las piedras.
Esa mañana las aguas tenían un color semejante al acero. La isla que cerraban la ancha ría apenas se distinguía en el horizonte, borrada por la neblina.
Fue al dirigir de nuevo la mirada hacia las dunas, cuando descubrió por sorpresa al hombre. Al principio creyó que se trataba de una roca o de una escultura hecha con piedras, pero pronto se dio cuenta de su error.
Lo que vio era un anciano de barba larga y con un bastón en la mano, subido a lo más alto de una montaña de arena. Llevaba una gorra de marinero, un abrigo raído y un ancho pañuelo anudado en el cuello. Tenía aspecto de un viejo lobo de mar. Apenas se movía del sitio y tenía la vista clavada en las aguas, vigilando los movimientos de los barcos que entraban y salían de la bahía.
Marco no sabía de dónde había surgido aquel anciano. Quizás llevara allí mucho tiempo, pero él no lo había descubierto hasta ese momento. Envuelto por las nubes, parecía un ser fantasmal, venido de otra época, surgido quizás de las páginas de una novela.
Pero eso era imposible. Una tontería que se le había ocurrido, mientras las luces del amanecer se fundían con las sombras de la noche. Lo que estaba viendo era un hombre de carne y hueso, tan verdadero como la fina lluvia que le estaba empapando la camisa.
Además, se estaba haciendo tarde y tenía que regresar a casa. Si su madre le viera así, mojándose bajo la llovizna, seguro que le caía una buena bronca por dejarse calar hasta los huesos.
Fue entonces, mientras estaba a punto de iniciar el regreso, cuando apareció la lancha, brincando sobre las olas como un caballo de agua. Había partido del barco fondeado en la bahía y se dirigía a toda velocidad hacia las casas abandonadas que había cerca del faro.
Aquella maniobra era bastante sospechosa. No era una humilde barca de pescadores, ni tampoco una embarcación de recreo. Además, iba demasiado deprisa. Por lo menos, a 150 Km por hora.
De forma intuitiva, Marco miró de nuevo hacia las dunas de arena. El anciano del bastón ya no estaba allí y las gaviotas habían levantado el vuelo, asustadas por el motor de la barca.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué demonios hacía la lancha dirigiéndose hacia la costa? ¿Quién le estaría esperando?
Marco sintió un profundo escalofrío, que le erizó el vello del cuello. Quizás hubiera sido testigo de algo prohibido, de una operación ilegal, que nunca debería haber presenciado ni siquiera desde lejos.
De súbito, un miedo irracional le dominó. Empezó a sudar por la espalda y a respirar con dificultad. Por más que lo intentaba, no se podía quitar de la cabeza la imagen del barco y del anciano que vigilaba la bahía con detenimiento.
Varías gotas de lluvia golpearon al muchacho en el rostro y se escurrieron despacio hacia sus labios. Al lamerlas, descubrió con desagrado que eran saladas y que tenían el mismo sabor que las lágrimas.
Cuando la lancha desapareció en las proximidades del faro, el muchacho emprendió por fin el regreso a casa. Caminaba deprisa, sin mirar atrás, como si le estuviera persiguiendo una sombra amenazante y peligrosa.
Lo único que deseaba era que el viejo del bastón, ensimismado en las maniobras de los barcos, no se hubiera fijado en su cara.
En mi humilde opinión:
ResponderEliminarDespierta la curiosidad deseable en un primer capítulo. Resulta misterioso y augura el peligro. ¿Y el segundo capítulo? ¡Es broma! Lo buscaremos en las librerías cuando esté publicado.
Saludos.
Gracias, Artifex, por tu "humilde" opinión, que es tan válida y valiosa como cualquier otra.
ResponderEliminarLa novela está en proceso de revisión, como sabes.
Es la tercera vez que escribo este capítulo de arranque y me alegra que despierte "la curiosidad deseable" en un primer capítulo, como aseguras en tu comentario.
Sobre todo, gracias por tener paciencia en leer la entrada entera, porque era un poco larga.
Un buen comienzo, y realmente inquietante. Me pregunto quién será ese anciano.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Susana, por leer el arranque del libro y por tu comentario.
ResponderEliminarEn cuanto a tu pregunta, no quedará más remedio que leer el resto del libro para contestarla. ¡A ver si alguna editorial se anima a publicar la novela!
Todavía no la he mandado a ninguna, pero pronto lo haré... Alia jacta est.