Vuelvo a casa tras las vacaciones, y me encuentro la nevera vacía de libros. Tengo hambre de palabras y no hallo ni siquiera un mísero cuento, de menos de cien páginas, que llevarme a la boca.
Me empiezan a picar los ojos y siento la palma de la mano mojada.
Siempre me queda la opción de la relectura, de lvolver a los viejos libros dormidos en los nichos de la estantería, pero no me apetece. Necesito algo nuevo.
Igual que otros acuden al supermercado a hacer la compra nada más llegar a casa, yo me voy corriendo a la librería más cercana.
Necesito leer, con urgencia... Es la única forma de hacer más llevadera la vuelta.
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