En la sierra del Guadarrama, hay caminos que apenas transita nadie, sobre todo en un día de verano.
Son sendas profundas, abiertas entre rocas y raíces, que conducen directamente al corazón de la montaña.
A la sombra de pinos centenarios, rodeados de acebos y de helechos, el caminante descubre con asombro que el secreto del granito es el agua.
Agua que fluye hasta devorarlo, hasta desgastarlo en diminutos granos.
La montaña de Siete Picos, con sus riscos elevados, se ofrece al valle como un gigantesco abanico.
Para encontrar la belleza, a veces, hay que abandonar los grandes caminos, las pistas bien trazadas, y adentrarse por los senderos tortuosos y casi borrados, que conducen a rincones únicos, rodeados de silencio, donde la luz resplandece con más fuerza.
Son sendas profundas, abiertas entre rocas y raíces, que conducen directamente al corazón de la montaña.
A la sombra de pinos centenarios, rodeados de acebos y de helechos, el caminante descubre con asombro que el secreto del granito es el agua.
Agua que fluye hasta devorarlo, hasta desgastarlo en diminutos granos.
La montaña de Siete Picos, con sus riscos elevados, se ofrece al valle como un gigantesco abanico.
Para encontrar la belleza, a veces, hay que abandonar los grandes caminos, las pistas bien trazadas, y adentrarse por los senderos tortuosos y casi borrados, que conducen a rincones únicos, rodeados de silencio, donde la luz resplandece con más fuerza.
¡Qué envidia! A ver si al curso próximo podemos andar por esas montañas. Un abrazo.
ResponderEliminar