No recuerdo muy bien todo lo que pasó esa tarde. De lo único que sí estoy seguro es que era verano y hacía mucho calor.
Tumbado en la cama de mi cuarto, sólo deseaba que pasara la maldita hora de la siesta cuanto antes. En el otro extremo de la casa, el grifo de la cocina no dejaba de gotear contra el fregadero de aluminio. No tenía ganas de ir a cerrarlo. Cansado, sólo tenía fuerzas para dar vueltas de un lado a otro de la cama buscando un poco de alivio. Además, el aire acondicionado se había estropeado unos días antes y todavía nadie había acudido a arreglarlo, a pesar de las innumerables llamadas y gestiones que había hecho. Por eso, el aire de esa tarde era caliente y denso. En cada bocanada parecía escondida una llama de muerte.
Entre sueños, me pareció oír el chirrido de una llave, quizás en la puerta de la entrada. Alguien la había abierto sin mi permiso. Al cerrarse contra el marco, la madera retumbó secamente, imitando el sonido de la tapa de un ataúd.
No esperaba a nadie a esas horas y me asusté. Intenté salir de las sábanas que me tenían atrapado como un gusano de seda, pero no pude escapar de mi propia trampa. Me quedé inmóvil, rígido, igual una momia.
Al poco rato, escuché unos pasos en el alargado pasillo. Si mi mente no me engañaba, se dirigían al cuarto de estar. Allí los pasos se detuvieron, quizás para dejar una pesada bolsa en el suelo. Luego los pasos continuaron hacia la cocina. El ruido del agua contra el fregadero de aluminio continuaba escuchándose de fondo. Las gotas me sacaban de quicio. El desconocido abrió el frigorífico y después sacó algo de él. Al poco rato se escuchó un ruido estridente. Una lata de refrescos acababa de abrirse, regando el ambiente de diminutas burbujas de aire.
Tumbado en mi cuarto, no sabía cómo afrontar la situación. Estaba muy nervioso. Desconocía por completo lo que estaba pasando. Pensé que lo mejor era ser prudente. No moverse mucho. Sí, esperar en silencio a ver lo que pasaba.
Entre tanto, los pasos se acercaron al cubo de la basura y tiraron la lata vacía. El grifo del fregadero seguía goteando insistentemente, de forma mecánica. Al desconocido parecía no molestarle, como si no las escuchase. Después las pisadas se empezaron a oírse de nuevo en el pasillo. Primero en dirección al cuarto de estar y luego, de forma inesperada, hacia la habitación en la que me hallaba.
Mientras se aproximaban, el sonido de los pasos se mezcló con el de las gotas de agua. Tumbado en la cama, sudaba con profusión, sobre todo en la frente y en la espalda. Tenía las piernas tensas, a punto de partirse. Los pasos, en cambio, avanzaban ligeros, serenos, como si tuvieran vida propia.
Antes de que me quisiera dar cuenta, los pasos se detuvieron a la entrada de mi cuarto, giraron despacio el picaporte de metal y dejaron la puerta abierta. Luego alguien entró despacio en la habitación.
Entonces pude verlo con claridad. no podía creer lo que me estaba pasando. Tendido sobre las sábanas, se encontraba alguien muy parecido a mí. Quizás yo mismo. Estaba rígido, sin expresión, como un animal muerto. ¡ Vete tú a saber desde cuándo!
Ya no puedo explicar más. Había entrado en un sueño profundo y extraño, del que era difícil despertar.
Recuerdo que era verano y hacía calor... Había un grifo goteando en la cocina...
No puedo recordar mucho más.
Un sueño profundo, extraño e inquietante. Como la vida. Delicioso relato. A veces, yo también siento ese calor, ese sudor...
ResponderEliminarSe trata de un relato antiguo, pero este calor de fin de verano me lo ha recordado... Por eso, lo comparto.
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