Esta novela juvenil publicada por la editorial Bruño fue la segunda que escribí, hace ya más de tres años, aunque por razones que desconozco fue la cuarta en publicarse. En realidad, hace apenas nada. En abril de 2010.
Con ella quería alejarme de mi primer título Donde vuelan las águilas. Sin querer, había caído en un exceso de sentimentalismo y de lágrimas. Necesitaba otro tipo de novela y otro tipo de trama.
Lo que buscaba entonces era escribir una novela de aventuras, con intriga y suspense hasta el final, donde los sustos y los cambios de giro atraparan al lector. Buscaba, en definitiva, una novela juvenil al uso, que pudiera gustar a un chico o una chica de trece o catorce años.
En lo que no cedí fue en cuidar el estilo.
La literatura juvenil muchas veces cae en un estilo funcional y pragmático, que se aleja del verdadero arte. En la redacción de la novela intenté mantener un estilo cuidado, con numerosas imágenes, porque, para mí, la literatura sobre todo es amor por la palabra.
Toda la novela se desarrolla en un recóndito valle de las montañas de León, en la comarca de Babia, que en el libro prefiero llamar Lupama. Es una región montañosa y agreste, cubierta de nieve y de hielo durante el largo invierno, donde sobreviven cazando corzos y rebecos las últimas manadas de lobos.
El libro puede interpretarse como un canto a la Libertad y la Naturaleza. Imagino que esa será la lectura que hará un lector juvenil que haya leído el libro. Sin embargo, yo lo veo como un homenaje literario a autores leoneses como Julio LLamazares. Si en mis tiempos de universitario no hubiera leído La lluvia amarilla, estoy seguro de que la obra Días de lobos no existiría.
Con esta novela quise no solo contar una historia, sino transmitir una emoción hacia un paisaje y una tierra legendaria y prácticamente olvidada.
¡Ojalá lo haya conseguido!
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