1
No sé bien por qué comienzo a
escribir esta historia, por qué hundo la cabeza en los recuerdos, cuando
siempre es más fácil vivir anestesiado, haciéndose el dormido, sin dejarse
engañar por las trampas que nos tiende a traición el pasado. Sin embargo, algo me llama desde la
distancia y me convoca a escribirla…
Aunque tengo más de treinta años y
todo lo que os voy a contar pasó hace más de dos décadas, he de regresar irremediablemente
allí, a ese barrio de pisos baratos y a esa época borrosa, cuando era todavía
un adolescente y el calendario se había quedado detenido como un reloj de un
escaparate en los años 80.
No sé bien por qué, pero tengo que
contar esta historia. No cualquiera, sino la protagonizada por Alma y la vieja Cerámica. Algo se quedó sin decir entonces,
sin comprender del todo, y es hora de que me enfrente a ello.
Soy consciente de que todo ha
cambiado mucho desde entonces. Por
ejemplo, yo mismo ahora soy una persona casada, un padre de familia con dos
niños pequeños, con coche utilitario pagado a plazos, piso hipotecado y trabajo
fijo en una editorial. Por aquel entonces, sin embargo, no era más que un crío
de trece o catorce años, bastante inexperto con las chicas, que se ponía
colorado por cualquier tontería y que ni
siquiera había visto el mar durante las vacaciones de verano.
Vivía en un modesto bloque de casas
– por supuesto, sin jardines ni piscina comunitaria - e iba al colegio del
barrio con mis amigos, donde las clases se sucedían de forma rápida y las pistas de cemento terminaban en una
oxidada verja de hierro.
Mis máximas aspiraciones entonces eran
jugar al fútbol en el descampado por las tardes, acabar los deberes de
Matemáticas cuanto antes, recorrer los montones de escombros en busca de
lagartijas e ir a ver una película los domingos, a ser posible en un cine de
sesión continua.
Mi padre trabajaba por la mañana en
un ministerio del centro y, al salir de
él, se pateaba las calles de la ciudad cobrando recibos a domicilio. Solo le
veía por la noche, justo antes de la hora de la cena. Le esperábamos detrás de
la puerta, dispuestos a saltar sobre su espalda como hienas hambrientas. Mi madre, en cambio, pasaba mucho más tiempo con
nosotros. Era la que nos lavaba y planchaba la ropa, la que nos regañaba si
hacíamos algo mal, la que se encargaba de mi hermano Alberto y de mí, aunque
también iba a asistir a algún piso de las afueras por las mañanas.
Mi hermano Alberto, que me sacaba
cinco años, quería ser músico. Había abandonado los estudios y se había puesto
a trabajar de albañil para comprarse una guitarra eléctrica, una fender stratocaster. Tenía un grupo de
rock, que había formado con sus antiguos compañeros del instituto, y soñaba con
ser una estrella, como las que aparecían en las contraportadas de los discos que
escuchaba en su habitación, dando saltos y
fuertes gritos.
En mi casa siempre había mucho ruido
de fondo y la televisión estaba puesta a todas horas como un molesto grillo.
Era difícil estudiar y concentrarse, especialmente cuando apretaba el calor y
se acercaban los exámenes finales de junio. Sin embargo, yo iba aprobando curso
tras curso, sin demasiado esfuerzo, como si un desconocido ya hubiera recorrido
por mí ese camino.
Pero ya no quiero contaros más cosas sobre mi
vida. Yo no soy el protagonista de esta historia, sino solo un personaje
secundario, alguien sin importancia, quizás sólo un testigo de los hechos, el
que presta su voz a la narración para que sea posible.
La verdadera protagonista de la
novela es Alma, esa chica de quince años, de pelo negro y liso, que se cruzó en
mi vida de forma inesperada y de la que me enamoré, por supuesto, hasta los
huesos. De ella
quería hablaros, sin prisa.
Por eso, si me disculpáis, prefiero
dejarlo para el próximo capítulo.
Estoy deseando ver el siguiente capítulo. Promete. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarComo siempre, se admiten sugerencias, comentarios.
EliminarAquí está la novela como esbozo, como experimento de laboratorio, como obra inconclusa, como boceto, como aproximación,como tentativa, como sueño, como proyecto...
Espero que el proyecto siga. Ánimo, que merece la pena.
ResponderEliminar