Se acerca el día del libro y en los colegios se empiezan a poner nerviosos. Hay que organizar "algo" y la fecha está a la vuelta de la esquina.
Rápidamente los profesores, sobre todo los de Lengua, se ponen manos a la obra. De forma improvisada, se manda a los alumnos que hagan murales sobre escritores famosos, se preparan exposiciones y mercadillos de libros usados, incluso se aprovecha la fecha para entregar los premios literarios que ha organizado el centro.
Pero falta "algo".
No puede haber un "Día del libro" sin la visita del autor de turno en la biblioteca.
Si los profesores fueran magos, lo sacarían de un sombrero como a un conejo. Al comprender que no pueden, llaman a las editoriales con urgencia, suplican a amigos y vecinos, ponen velas a la Virgen, hasta que "por fin" se contacta con un escritor sin compromisos, que solo pone la condición de que se lea alguna de sus obras.
Al no estar previsto en las programaciones, los alumnos tienen que devorar el libro en muy pocos días, preparar preguntas a toda velocidad, aunque a la mayoría ni siquiera les ha dado tiempo a conseguirlo en la librería del barrio.
Cuando llega el esperado "Día del libro", el autor comienza su charla con varios minutos de retraso porque, por ejemplo, a alguien se le ha olvidado colocar las sillas para que se sienten los alumnos. Con paciencia, el autor da su conferencia y responde a las preguntas del público (del tipo ¿de qué equipo eres?), mientras los profesores, con la cara congestionada por la rabia y la vergüenza, actúan como expertos guardias de seguridad.
Al final del acto, hay aplausos tibios y palmaditas en la espalda.El escritor firma sudoroso algún ejemplar de su obra y muchos autógrafos en hojas de papel, arrancadas del cuaderno. A pesar de ello, el escritor está contento. Al menos, a dos o tres alumnos les ha gustado sinceramente su libro.
Al quedarse solo en la biblioteca, el escritor mira con tristeza los libros de las estanterías, encerrados como ataúdes en sus nichos.
Ellos saben que la fiesta se ha acabado, que nadie se acordará de ellos, que el escritor ya sobra... Por supuesto, hasta la próxima celebración del Día del libro.
Es un gran día, sí. Aunque quizás los profesores nos deberíamos acordar de los libros los otros 364 días del año.
ResponderEliminarEn el artículo quería criticar - seguramente no lo he conseguido- a esos profesores que no leen nunca, pero que de repente, al escuchar que se acerca el "Día del libro", se sienten en la necesidad de hacer "algo" y buscan con desesperación a un autor para dar una charla a sus alumnos. Queda bien un acto de este tipo. Su conciencia, además, queda tranquila. Se han ocupado por un día de los libros.
ResponderEliminarLos encuentros con autores son enriquecedores, por supuesto. Totalmente recomendables.
Sin embargo, cuando detrás de la organización hay un profesor que no lee, eso se nota hasta en la predisposición de los alumnos hacia el acto.
La lucha es hacer que los alumnos lean. Muchos lo hacen por su cuenta, sin embargo todavía quedan otros que no leen ni por asomo.
Parece que los libros le producen alergia.
No forma parte de su mundo, ni les interesa para nada.
¿Qué hacer con ellos?
Actos como los que se celebran el "Día del libro" pretenden animarles a la lectura, pero la experiencia demuestra que es como cultivar en un terreno lleno de piedras.