A veces corregir un texto consiste en recortar, en quitarle palabras que sobran, como molestas ramas de una hiedra.
Al principio, el proceso es doloroso. Las frases que con tanto mimo hemos tallado, de repente, ya no sirven. Los adjetivos antepuestos, por ejemplo, son un estorbo. Las enumeraciones - que tanto trabajo nos costaron- ahora son demasiado largas e insulsas.
No queda más remedio. Hay que podar el manuscrito, como si se tratara de un frondoso jardín.
El libro, al final, agradece nuestro esfuerzo. Queda más limpio y claro. En resumen, mucho más legible.
Mi novela "El Señor de las Aguas", lentamente, va adoptando su forma definitiva.
Es duro recortar, pero uno no debe pensar que ninguno de sus libros es perfecto. Quitar, eliminar, a veces enbellece el resultado.
ResponderEliminar"Quitar, eliminar, a veces embellece el resutado"...
EliminarCreo que la frase gustaría a Monterroso.
Sí, recortar, claro que sí porque hay que quitar lo que sobra. Pero sin pasarse, ¿eh? Juan Ramón Jiménez lo decía bien clarito: "No le toques ya más, que así es la rosa"
ResponderEliminarGracias, César.
ResponderEliminarA veces es difícil saber lo que hay que quitar o dejar. El escritor trabaja a ciegas, por intuición, como si siguiera una brújula invisible.